¡Descubre español!


Cajas de cartón                  Francisco Jiménez

 

1

Era a fines de agosto. Ito, el aparcero, ya no sonreía. Era natural. La cosecha de fresas terminaba, y los trabajadores, casi todos braceros, no recogían tantas cajas de fresas como en los meses de junio y julio.

Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, Ito nos señaló que era hora de ir a casa. «Ya hes horra», gritó en su español mocho. Ésas eran las palabras que yo ansiosamente esperaba doce horas al día, todos los días, siete días a la semana, semana tras semana, y el pensar que no las volvería a oír me entristeció.

Era a fines de agosto. Vi que todo lo que nos pertenecía estaba empacado en cajas de cartón. De repente sentí aún más el peso de las horas, los días, las semanas, los meses de trabajo. Me senté sobre una caja, y se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar que teníamos que mudarnos a Fresno.

Esa noche no pude dormir, y un poco antes de las cinco de la madrugada Papá nos levantó. A los pocos minutos los gritos alegres de mis hermanitos, para quienes la mudanza era una aventura, rompieron el silencio del amanecer.

Papá estacionó el carro enfrente a la choza y dejó andando el motor. «Listo», gritó. Sin decir la palabra, Roberto y yo comenzamos a acarrear las cajas de cartón al carro. Todo estaba empacado menos la olla de Mamá. Era una olla vieja y galvanizada que había comprado en una tienda de segunda en Santa María. La olla estaba llena de abolladuras y mellas, y mientras más abollada estaba, más le gustaba a Mamá. «Mi olla» la llamaba orgullosamente.

Sujeté abierta la puerta de la chocita mientras Mamá sacó cuidadosamente su olla para no derramar los frijoles cocidos. Cuando llegó al carro, Papá tendió las manos para ayudarle con ella. Roberto abrió la puerta posterior del carro y Papá puso la olla con mucho cuidado en el piso detrás del asiento. Todos subimos a la «Carcachita». Papá suspiró, se limpió el sudor de la frente con las mangas de la camisa, y dijo con cansancio: «es todo».

Se me hizo un nudo en la garganta. Me volví y miré a nuestra chocita por última vez.

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2

Al ponerse el sol llegamos a un campo de trabajo cerca de Fresno. Ya que Papá no hablaba inglés, Mamá le preguntó al capataz si necesitaba más trabajadores. «No, no necesitamos a nadie», dijo él, rascándose la cabeza, «pregúntele a Sullivan. Mire, siga este camino hasta que llegue a una casa grande y blanca con una cerca alrededor. Allí vive él».


Cuando llegamos allí, Mamá se dirigió a la casa. Tocó el timbre. Luces del portal se encendieron y un hombre alto y fornido salió. Hablaron brevemente. Cuando él entró en la casa, Mamá se apresuró hacia el carro. «¡Tenemos trabajo! El señor nos permitió quedarnos allí toda la temporada», dijo un poco sofocada de gusto y apuntando hacia un garaje viejo que estaba cerca de los establos.

El garaje estaba gastado por los años. Roídas por comejenes, las paredes apenas sostenían el techo agujereado. No tenía ventanas y el piso de tierra suelta ensabanaba todo en polvo.

Esa noche, a la luz de una lámpara de petróleo, desempacamos las cosas y empezamos a preparar la habitación para vivir. Roberto, enérgicamente se puso a barrer el suelo; Papá llenó los agujeros de las paredes con periódicos viejos y hojas de lata. Mamá les dio a comer a mis hermanitos. Papá y Roberto entonces trajeron el colchón y lo pusieron en una de las esquinas del garaje. «Viejita», dijo Papá, dirigiéndose a Mamá, «tú y los niños duerman en el colchón, Roberto, Panchito, y yo dormiremos bajo los árboles».

Muy tempranito por la mañana al día siguiente, después del desayuno, Papá, Roberto y yo nos fuimos a la viña a pizcar……

A eso de las nueve, la temperatura había subido hasta cerca de cien grados. Yo estaba empapado de sudor y mi boca estaba tan seca que parecía como si hubiera estado masticando un pañuelo…..

….. Eran las dos de la tarde y nos sentamos bajo un árbol grande de nueces que estaba al lado del camino. Papá apuntó el número de cajas que habíamos pizcado. De pronto vi a palidecer a Papá que miraba hacia el camino. «Allá viene el camión de la escuela», susurró alarmado. Instintivamente, Roberto y yo corrimos a escondernos entre las viñas. El camión amarillo se paró frente a la casa del señor Sullivan. Dos niños muy limpiecitos y bien vestidos se apearon. Llevaban libros bajo sus brazos. Cruzaron la calle y el camión se alejó. Roberto y yo salimos de nuestro escondite y regresamos adonde estaba Papá. «Tienen que tener cuidado», nos advirtió.

 

Después del almuerzo volvimos a trabajar. La tarde parecía una eternidad. Al fin las montañas que rodeaban el valle se tragaron el sol. Una hora después estaba demasiado oscuro para seguir trabajando. «Vámonos», dijo Papá señalándonos que era hora de irnos. Entonces tomó un lápiz y comenzó a calcular cuánto habíamos ganado ese primer día. Apuntó números, borró algunos, escribió más. Alzó la cabeza sin decir nada. Sus tristes ojos sumidos estaban humedecidos.

Cuando regresamos del trabajo, nos bañamos afuera con el agua fría bajo una manguera. Luego nos sentamos a la mesa hecha de cajones de madera y comimos con hambre la sopa de fideos, las papas y tortillas de harina blanca recién hechas. Después de cenar nos acostamos a dormir, listos para empezar a trabajar a la salida del sol.

Al día siguiente, cuando me desperté, me dolía todo el cuerpo. Apenas podía mover los brazos y las piernas. Todas las mañanas cuando me levantaba me pasaba lo mismo hasta que mis músculos se acostumbraron a ese trabajo.

                                                 …………………………….

3

Era lunes, la primera semana de noviembre. La temporada de uvas había terminado y yo podía ir a la escuela. Me desperté temprano esa mañana y me quedé acostado mirando las estrellas y saboreando el pensamiento de no ir a trabajar y de empezar el sexto grado por primera vez ese año. Como no podía dormir, decidí levantarme y desayunar con Papá y Roberto. Me senté cabizbajo frente a mi hermano. No quería mirarlo porque sabía que estaba triste. Él no asistiría a la escuela hoy, ni mañana, ni la próxima semana. No iría hasta que se acabara la temporada de algodón, y eso sería en febrero.

Dos horas más tarde, a eso de las ocho, esperaba el camión de la escuela. Por fin llegó. Subí y me senté en un asiento desocupado. Todos los niños se entretenían hablando o gritando.

Estaba nerviosísimo cuando el camión se paró delante de la escuela. Miré por la ventana y vi una muchedumbre de niños. Algunos llevaban libros, otros juguetes. Me bajé del camión, metí las manos en los bolsillos, y fui a la oficina del director. Cuando entré oí la voz de una mujer diciéndome: «May I help you?» Me sobresalté. Nadie me había hablado en inglés desde hacía meses. Por varios segundos me quedé sin poder contestar. Al fin, después de mucho esfuerzo, conseguí decirle en inglés que me quería matricular en el sexto grado. La señora entonces me hizo una serie de preguntas que me parecieron impertinentes. Luego me llevó a la sala de clase.

El señor Lema, el maestro de sexto grado, me saludó cordialmente, me asignó un pupitre, y me presentó a la clase. Estaba tan nervioso y asustado en ese momento cuando todos me miraban que deseé estar con Papá y Roberto pizcando algodón. Después de pasar lista, el señor Lema le dio a la clase la asignatura de la primera hora. Se acercó a mí, me dio su libro y me dijo «Estamos en la página 125», me dijo. «¿Quisieras leer?», me preguntó en un tono indeciso. Abrí el libro a la página 125. Sentí a la boca seca. Los ojos se me comenzaron a aguar. El señor Lema entonces le pidió a otro niño que leyera.
                                 …………………..
4
Un viernes durante la hora del almuerzo, el señor Lema me invitó a que lo acompañara a la sala de música. «¿Te gusta la música?», me preguntó. «Sí, muchísimo», le contesté entusiasmado, «me gustan los corridos mexicanos». «¿Te gustaría aprender a tocar este instrumento?», me preguntó. Debió haber comprendido la expresión en mi cara porque antes que yo respondiera, añadió: «Te voy a enseñar a tocar esta trompeta durante las horas del almuerzo».

Ese día casi no podía esperar el momento de llegar a casa y contarles las nuevas a mi familia. Al bajar del camión me encontré con mis hermanitos que gritaban y brincaban de alegría. Pensé que era porque yo había llegado, pero al abrir la puerta de la chocita, vi que todo estaba empacado en cajas de cartón...

 

Francisco Jimenez

Francisco Jiménez was born in 1943 in San Pedro, Tlaquepaque, Mexico, the second of two children in a family that would later number nine. Currently a professor in the Department of Modern Languages and Literatures at Santa Clara University, Jiménez is author of The Circuit and Breaking Through, notable fictionalized memoirs about migrant worker life as seen through the eyes of a boy.  Francisco was four years old when his family first migrated without papers to the San Joaquin Valley of California, hoping to leave behind forever their life of poverty. Instead of the good life they sought, the Jiménez family found years of backbreaking work as migrant workers -- living in tent camps, moving constantly to follow the harvest, and always trying to avoid "La Migra," the immigration authorities.

 

aparcero-sharecropper

cosecha-harvest

braceros-seasonal workers

recoger-to collect

señalar-to signal

no las volvería a …

would never..again

pertenecer-to belong

lágrimas-tears

mudarse-to move

la madrugada-dawn

los gritos-shouts

amanecer-dawn

la choza- shack

acarrear- to move

la olla-pot

abolladuras-dents

mellas-chips

orgullosamente-proudly

derramar-to spill

suspirar-to sigh

un nudo-knot

la garganta-throat

el capataz-foreman

la temporada-season

gastado-worn out

comejenes-termites

techo-roof

agujereado-riddled with holes

colchón-mattress

esquina-corner

pizcar-to pick

empapado-soaked

masticar-to chew

un pañuelo-handkerchief

apuntar-to take notes

palidecer-to grow pale

camión-truck (bus)

susurar-to whisper

apearse-to get off

tragarse-to swallow

oscuro-dark

borrar-to erase

alzar-to raise

sumidos-wracked by doubt

humedecidos-moist

manguera-hose

saborear-to savor

cabizbajo-bowed

asistir-to attend

algodón-cotton

pararse-to stop

muchedumbre-crowd

bolsillos-pockets

sobresaltar-to be startled

esfuerzo-effort

conseguir-to manage

matricular-enroll

pupitre-desk

pasar lista-to take roll

acercarse-to come close

corridos-ballads

brincar-to jump

 



 

 

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